En el mundo real, la continuidad no existe. La continuidad es sólo apariencia y depende de la escala a la que trabajemos. De forma que nuestra mente se encarga de rellenar los huecos que existen. Puede que no veamos los huecos, solamente percibimos los puntos tan unidos que parece líneas continuas. Hasta en las matemáticas hay funciones para trabajar con infinitos números o discretos, según necesitemos. Herramientas que nos inventamos para darle sentido a lo que la mente nos muestra. Cuestión que sería para preguntarles es cierta o del todo cierta esas matemáticas. Lo son pero teniendo en cuenta aproximaciones a las que no tenemos acceso muchos. Del mismo modo disponemos herramientas del lenguaje como puede ser el símil o la metáfora para comprender algo complejo asociándolo o comparándolo con algo cotidiano.
Tal es así que si el sistema de captación y/o representación de la realidad es deficiente, en comparación con la escala a trabajar, puede llevarnos a error. Ya sea un objetivo óptico, espejos o sensores de cámara de fotos o vídeo, receptores de televisión, nuestro propio ojo o el cerebro, podemos confundirnos. Podemos interpretar realidades inciertas, percibir falsos contornos, aceptar falsos positivos, entender que las pareidolias son figuras con entidad propia, totalmente reales. Si a esto se le ayuda con la sugestión externa o interna, la inducción a ver fantasmas en la oscuridad o creer que nuestra salvación puede provenir de manos de nuestro verdugo, es algo que viene solo. Si a esto se le sazona con ese maravilloso comportamiento gregario, que se alienta tanto, nos podemos encontrar con afirmaciones tales como:
¡¡¡7.906.185 moscas no pueden estar equivocadas, come mierda!!!
Para no desviarme del tema en cuestión, como decía, el conocimiento no sigue un camino continuo. Sólo tras la acumulación y asimilación se puede dar un salto a otro estadio de conocimiento. Décadas atrás, el progreso en el conocimiento era exactamente como el camino individual en la mayoría de las personas. El probar decenas de veces y despeñarse en desfiladeros de fallos la mayoría. Errar nos ayudaba a comprender como avanzar en el camino. Un avance sólo posible mediante la prueba-error y la constancia. Este aprendizaje obliga a no olvidar los pasos llevados para tal avance. Actualmente tenemos la posibilidad de almacenar toda esta información que nos sirvió pero terminamos cayendo en un síndrome de Diógenes de la información. Terminas olvidando los errores que te llevaron a la solución y quedándote con la idea final y, con suerte, la técnica para implementarla. Si no investigas sobre lo olvidado finalmente sólo recuerdas la aplicación de las técnicas que serán efectivas mientras las condiciones, del entorno, sean las apropiadas.
En el momento en el que las condiciones cambian y esas técnicas ya no son válidas, sólo queda intentar divagar para alcanzar esta idea que teníamos. Probablemente mal recordada, adulterada por el tiempo y finalmente culpamos a agentes externos como los culpables. No, no voy a hablar de esto tampoco que de esto ya sabemos y sufrimos cada día bastante.
Desde hace pocas décadas, hemos tenido la falsa apreciación de que el conocimiento es continuo. La llamada «falacia del historiador» te hace ver los hechos como si fuese llevados de la mano, de manera consecutiva. Lo cierto es que, cuando una sociedad se consideran lo suficientemente avanzada y que había llegado a la cima de la civilización, dejaba de ver interesante la inversión en ciencia y conocimiento y la retiraba. Acabando confondos o mecenazgos. Esto, como decía en párrafos anteriores hacía que las técnicas se siguiesen reproduciendo hasta que dejaban de servir y así caían en crisis no sólo la ciencia (muerta ya hacía tiempo) y sus técnicas sino la sociedad que creció gracias a ella. El conocimiento se había perdido y no se transmitió.
El alumno no ha superado al maestro con lo que la decadencia es inevitable.
Con el tiempo se volvía a descubrir las mismas técnicas que llevaban a esas ideas descubiertas hacía tiempo y que ayudaron a la evolución, en este caso de otra sociedad, las ideas redescubiertas se toman como propias. Creen haber descubierto la ciencia y la historia comienza a partir de ellos.
¿Cuántas veces se ha descubierto la rueda, la escritura o el fuego? Pues así, como la sociedad, nos pasa a las personas. Concretamente a mí me pasa eso y tienes momentos indescriptibles cuando descubres “por primera vez” la rueda, me parece fascinante. Soy consciente que no es la primera vez y me molesta que alguien de fuera venga a colonizarme. Es interesante que una persona exponga sus descubrimientos pero de ahí a arrasar e imponer ideas externas hay un trecho importe.
No hablo de los que desean vivir la vida dejándose llevar por su inercia, por las corrientes que lo llevan de un lado a otro consciente o inconscientemente de ello. No hablo de los que buscando la verdad se aferran a un autor o corriente como verdadera, desechando, despreciando y humillando al que está con su canoa sorteando los obstáculos hacia los que le dirige la corriente. Descubrir el mundo a través de los ojos de otros puede ser interesante para empezar pero si no se acompaña con una capacidad crítica quedas enajenado, etiquetado y a merced de los que dicen saber interpretar a ese autor.
Me parece imprescindible crear tu propio lenguaje, incluso escrito. Esa posibilidad de atrapar sonidos en las letras y que esos sonidos lleven ideas propias fue un gran avance para la sociedad y lo es para uno mismo. Por eso, este blog personal es un punto de control propio. Un punto donde plasmo mis ideas y como llego a ellas y las releo para ver si con el tiempo no son las técnicas las que fallas, por haber cambiando las condiciones del entorno. Ver si más que las técnicas puede ser el planteamiento que me llevó a esas ideas y estas a las técnicas.
Por eso, volviendo al tema en cuestión, la sociedad ha avanzado con tiras y aflojas hasta que llegó un momento en el que el conocimiento se convirtió en universal. La universalización de la ciencia y el conocimiento ha llevado a un avance continuo en apariencias.
La cultura libre lleva a que muchas personas de generaciones diferentes compartan ideas que ayuden a esquivar los problemas o ver los problemas como retos sorteables.
Hubo un tiempo en el que la ciencia y la cultura eran elitistas, no accesible al pueblo. Cuando se tomaban con algún “problema” ese conocimiento podía solucionarlo pero terminaba por perderse. Ahora no es así, la cantidad de conocimiento que se comparte es inmenso y cometemos el error en pensar que siempre ha estado al alcance de todos. No apreciamos esta suerte y bajamos la guardia.
Ahora, las monarquías y gobiernos de antaño, se está convirtiendo en empresas multinacionales que se apropian del conocimiento a las que ponen precio. El conocimiento debe ser libre ya que es propiedad del ser humano y todos los seres vivos son libres, incluso las personas.
Estamos en una falsa realidad en la que nos creemos más listos y guapos que todas las generaciones anteriores, como si hubiéramos llegado al final de la historia. Justo como estaba parte de la población europea en los denominados “felices veinte” sin querer ver la que se les venía encima. Dicen, por activa y por pasiva, que está es la generación más preparada de la historia (al menos en España). Esta afirmación debe ser la razón por la que más de uno trata a los antiguos como torpes y decadentes. Sin embargo, ¿quién en su sano juicio,que no es torpe quiero decir, vota a quién le va a hacer la vida imposible? No debe ser una generación tan preparada o con tanto criterio como se le supone.
Dejando la política de lado, supongamos algo, más que probable como una tormenta solar. Si ésta se produjese, los satélites, móviles, ordenadores, redes de comunicación, información del mundo actual, nuestros recuerdos y demás equipos que los contienen se quemarían. ¿Qué haríamos? Sólo los ejércitos y no todos estarían en condiciones de superar tal crisis.
Tras el «shock» inicial en el que ves que los servicios de urgencias no están operativos, que los medios de transporte no funcionan, que no puedes informarte de lo sucedido en radio, Internet, teléfono. Decides desplazarte pero ves que tienes que hacerlo a pie o bicicleta. Las distancias recobran los valores antiguos. Se convierten en distancias del s.XIX. Hemos retrocedido 200 años en cuestión de segundos. ¿Sabrías vivir, encontrar agua potable, hacer fuego o comunicarte con los vecinos?
Mande uno pensaría buscar en Internet cómo hacerlo. No recuerda que eso no funciona ya. Ni Google ni Duck Duck Go serían una opción. El afortunado que tenga libros de papel sobre temáticas sobre la supervivencia podrá tener más opciones. Los que disponga de acceso a información obtenida por cultura libre e impresa o por transmisión oral de los mayores (esos a los que mirábamos como torpes) serían los que tendrían una opción mayor.
Hace 100 años los humanos eramos, ciertamente, más independientes de lo que somos ahora, ya que poseían una cultura popular que les ayudaba a sobrevivir, y la compartían. Ahora podemos disfrutar de más conocimiento y cultura que en cualquier momento de la historia pasada, pero estamos a una tormenta solar de perderla. Quien dice una tormenta, dice un virus o similar. Estos no son los únicos peligros, hay otro que se cierne sobre nosotros y que en muy poco años seremos más conscientes de él. Con las privatizaciones del conocimiento en poco no hará falta una tormenta solar, vamos a estar como en la era de las cavernas antes del descubrimiento del fuego y mirando a las grandes empresas como dioses. Quién sabe si en ese momento aparezca alguna religión politeísta que explique los devaneos de tal corporación con otra como si de dos dioses griegos se tratase. ¿Exagerado? Al tiempo.
Por ahora lo que sé es que muchos días descubro el fuego en el lugar menos pensado y no me avergüenzo de ello. Quién sabe si mañana será la rueda o la escritura.
Deja un comentario