Un atribulado sueño

La gente estaba cerca, muy cerca, superaba cualquier aglomeración de unas fiestas. Estaban tan juntas, unas de otras, que no se podía respirar sin notar el aliento del que tenía a escasos centímetros.

El ambiente era justo lo contrario de festivo. Se percibía una gran desesperación que iba en aumento. La desesperanza se volvió abrumadora y la gente comenzó a reaccionar dando empujones, tratando de avanzar hacia ningún sitio. La masa de gente se podría confundir con una masa de agua, con un mar agitado.

En lo alto de las colinas, que rodeaban el lugar de encuentro, aparecieron los clérigos con sus típicas cogullas negras e insignias doradas. Con sus grandes voces comenzaron con una oración desconocida, repetitiva y sin apenas sentimientos. No era ninguna oración anteriormente conocida pero hacía que todos los que estaban cerca se pusieran de rodillas, rezando a voz en grito, unos o se tumbaran, en silencio, otros. Al no haber suficiente espacio unos se amontonaban encima de otros.

Más adelante, en el comienzo de la marabunta, los Hermanos de la Legión de Honor indicaron el camino a seguir. Instaban a entrar en el valle, rellenarlo todos, no quedando a la boca de éste. Prudente, que sentía que estaba dentro de ese grupo ingente de personas, notaba desde su interior que algo le empujaba a cumplir con una sagrada misión, aunque desconocía cuál era.

Cuando se completó de cubrir todo el valle con personas, como si de agua se tratara que lo cubre absolutamente todo, se escuchó la voz de dios. No sabía de dónde procedía esa profunda, atronadora y desconcertante voz, los rebotes con las colinas convertían la voz en un sonido perturbador que hacían vibrar las entrañas de todos los presentes.

A lo lejos en el cielo, cerca del horizonte, comenzó a aparecer un espada. La justicia había llegado y la gente continuaba lanzando plegarias. La gente empujaba con más fuerza. Parecía que no querían rezar cerca de los clérigos y trataban de avanzar hacia el interior del valle. Los gritos del tumulto eran ensordecedores pero se apagó durante segundos al pasar justo por sus cabezas la grandeza de dios. Al instante, los clérigos reanudaron su monótona oración al que siguieron gritos de júbilo del pueblo que se encontraba cerca de ellos. Agradecían la llegada tan anhelada de dios ante sus ojos. Generaciones anteriores y posteriores los envidiarían por los siglos de los siglos, por ser los elegidos.

Al poco, ve como la punta de la espada celestial toca el suelo del valle y de ese punto se ve una gran luz y ruido que hacen despertar del sueño muy agitado y sudoroso al protagonista.

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